Autobiografía - Nunca es tarde para tener una infancia feliz

Yo crecí en una casa grande: tres plantas, cuatro miembros. Un jardín que la rodeaba del que surgió una piscina que mandaron construir, cipreses que martes y jueves un señor Nelson cortaba, y dos limoneros y dos naranjos que recuerdo plantados en la parte trasera de casa, oliendo a Nápoles sin serlo. Teníamos un pastor alemán la mayor parte del tiempo atado cuando no suelto, para que cumpliera su función de perro guardián. Se llamaba Rex, como el perro policía. Le gustaba colarse por cipreses y hacerles agujeros, conmigo no jugaba mucho por el miedo de mis padres a que me hiciera daño y se escapaba si veía la puerta abierta. Supongo que se invierte menos tiempo en atar a un animal que en educarlo.
En la casa vivíamos mi padre, mi madre, mi hermana mayor y yo. Mi madre fue viuda con una niña de apenas un año de edad hasta que conoció a mi padre, y seis años después, llegué yo.
De todo lo que voy a contar no fui consciente hasta que perdió su razón de ser y adquirí la mía.

Papá es napolitano. Este es un dato relevante no por el idioma ni las costumbres que poco me enseñaron  y no precisamente porque no estuvieran arraigadas (lo que tampoco quiere decir que no corran por mi sangre). Nació en una familia de bien, pero de campo: con tierra en los zapatos, herramientas por doquier, síndrome de Diógenes, verdura y fruta fresca del huerto, gallinas y conejos colgados y despellejados esperando ser comidos, campings, y una familia numerosa de hablar mucho y alto y prácticamente vecinos unos de otros. La etiqueta de ser napolitano acarrea todos los estándares que la religión marcaba en aquella época y país, y que mis nonnos (abuelos) adquirieron a raja tabla. Mi nonna es ama de casa, madre de sus hijos y devota de misa los domingos. Mi nonno es un auténtico hombre de campo, de su casa y de sus costumbres. Típico amorío de no haber yacido con ningún otro individuo en toda una vida, ni antes ni después del matrimonio (que yo sepa).
Mi madre es de familia granadina exiliada en Catalunya. Hija de gitana que bailaba en las cuevas del Sacromonte y de gitano que captaba la atención de los primeros turistas en Plaza Nueva. Poco me han contado, o he preguntado, pero mi abuelo acabó siendo un 'mafioso' de los negocios aunque con buena fe, algo ludópata pero con buena mano, y varias propiedades en distintas tierras. Mi abuela dejó de trabajar y se convirtió en señora de casa, ¡y qué señora oiga!, no existe mujer más pulcra, firme y rigurosa. Mamá gozó del confort en la vida, de negocios varios, era hermosa y tuvo romances apasionantes aunque sin final feliz. Se casó con su mejor amigo de diez años, más tarde padre de mi hermana, que falleció al año de nacer en un accidente de tráfico. No debió de ser fácil hacerse cargo tan joven.
Mi hermana disfrutó de mucha atención, sobre todo de mis abuelos maternos. Gestionar negocios y familia es tarea ardua, más aún cuándo éstos se mezclan. Aceptar a un desconocido como pareja de tu madre tampoco debió de ser plato agradable. Y de pronto, una hermanita pequeña. Con ocho años le descubrieron diabetes y algunos matices de su educación se agravaron. También su carácter (y las etiquetas que se le encomendaron, de las que hablaremos más adelante). Recuerdo peleas donde la maldad de las palabras enterraban cualquier atisbo de amor en cuestión de segundos. Por ambas partes. 

Supongo que la disciplina de nuestro reloj se basaba en que mis padres trabajaran por ganar dinero y gastarlo, a cambio de un eterno conflicto entre socios, entre ellos mi propio tío. En que a las cinco de la tarde mi madre me recogiera del colegio y me llevara de extraescolares: jazz, manualidades, tenis, natación, baloncesto... 'La Chucky' era la señora que ayudaba a mi madre con las labores del hogar y con nosotras. Mi hermana y su moto disfrutaban de ser independientes entrada la adolescencia, aunque con una mano delante y otra detrás. Mi padre llegaba de noche, cuando yo ya estaba por dormir. Por eso me gustaban los jueves y los domingos, eran los días que no trabajaba. Los domingos eran en familia, siempre. Entonces yo no controlaba el tiempo y lo único que conocía de disciplina eran las coreografías que repetía una y otra vez, en el cuarto, en la piscina, en el garaje. Como dice Zatu en el Ornitólogo: "vivía de mis pajaritos y de los mundos que me inventé". 

A mis diez años nos mudamos a Canarias. La frase que empleamos en mi familia para definir Lanzarote es 'mañana'. Todo se hace mañana, al contrario del refrán. Mis padres sucumbieron y se aplatanaron. Mi padre no trabajó en años y la falta de admiración en el amante supuso el divorcio, entre otros. Mi madre fue la guerrera que labró un currículum de cuatro años de experiencias varias hasta que montó su propio negocio. Mi hermana se resignaba a la nueva situación que le habían obligado a vivir, en su rebeldía y sus historias de amor que nos enfangaba a todos. Yo mientras subía y bajaba colinas con la bici o hacía de las mías con mis colegas. De mi hermana aprendí a ser insurgente en la sombra.

Nuestro reloj dejó de dar cuerda con la hora menos en Canarias. La salitre lo desgastó y separó todas sus piezas, hoy independientes y cumpliendo su función en otros relojes. Al dejarle de dar cuerda, empezamos a ser 'libres': mi padre volvió a su lugar natal y chocó de frente consigo mismo, viendo en su reflejo los errores como padre y marido. Mi madre siguió en su escudo de guerra, pero perdió varias batallas sin recordar por qué luchaba. Todavía no lo sabe, pero sigue soñando. Mi hermana se vistió de oveja negra y aceptó su papel. Encontró la cordura dentro de su propio caos y ahora alimenta su balanza lo mejor que puede. Yo me olvidé de bailar recomponiendo las piezas de un reloj perenne en mi memoria del cuál, al comprender sus partes, empecé a construir el mío. Sigo una estela de errores que han sido aciertos y de aciertos que se tornaron error. Una disciplina de hábitos con las personas, a veces sinmigo, otras con ego. Desarraigada por naturaleza.

Una familia disfuncional puede darse incluso en condiciones óptimas en cuánto a necesidades básicas de vivienda, alimento y sustento. Siempre supe que mi familia era poco común por su estructura y por las decisiones que se tomaron. Sin embargo, comprender las partes del reloj conlleva comprender la mía y para eso tengo una mente tediosa que osa desentrañar cada actitud queriendo comprenderlo todo. Aunque también intentando huir de este bucle que me desconecta de todo lo demás. 

Vengo realizando un viaje complejo, más que los viajes que realizaba desde los pocos meses de nacer a Nápoles, o los tantos que hice trabajando como Guía Acompañante por Europa. Ha sido un viaje físico en lo que a cambios y raíces se refiere. Trabajar lo externo y ajeno a nosotros es relativamente 'fácil' pues todos, queramos o no, nos movemos en una sociedad que nos impone un régimen desde que respiramos por primera vez. Hay que cumplir y conforme pasan los años, hay que exigirse y ser más competentes, porque el que no corre vuela, en un mundo insaciable de conocimiento. 
Sobre todo ha sido un viaje de la psique. Sólo quien mira hacia dentro comprende el difícil trabajo de tener que inspeccionar cada traumita, inclusive los que desconocemos que existen. Pero creedme, están ahí... en nosotros y en todo ser que nos rodea. 

Vivimos en un mundo con innumerables recursos, y sin embargo, estamos llenos de carencias. De vacíos. 

Ésta es sólo una forma de cubrir mi vacío. Pretendo, a cambio, comprenderlo mejor. Y abrazarlo para que sepa que ya no está solo...

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