Texto independiente - Humanismo
Los humanos somos insaciables. Desmitificamos a Dios para idealizarnos a nosotros, nos dimos valor por encima de dogmas y supersticiones. Una Edad Moderna que aún tenía mucho trabajo por hacer para quebrar aquella iglesia católica que asfixiaba, dando paso a un protestantismo que no repararía en gastos con nuevas iglesias, nuevos patrones, misma mierda con distinta forma. Una mudanza de una celda a otra, con muchas guerras de por medio. Un poco como las doctrinas políticas que se contradicen en la actualidad y términos como 'machismo' y 'feminismo', por contra, igualdad, que hoy seguimos redefiniendo. El humanismo es la libertad de pensar más allá de cualquier creencia, y se nos da francamente bien. Con el desarrollo de las ciencias hemos llegado al espacio, le hemos dado cabida a la medicina y a la tecnología, con las artes, a expresar todo lo que el cuerpo y la mente sienten y padecen. Es asombroso como tras miles de años, el ser humano acaba evolucionando a pasos agigantados en unos pocos cientos de años. La mente es maravillosa. Ha habido personas que realmente han cambiado nuestro mundo y lo que pensamos o creemos de él. Hoy día tenemos tantísimos referentes que es fácil perderse en el abismo de la sabiduría que desde los griegos gustamos de debatir, en democracia. El humanismo nos devolvió la certeza de que el hombre es un sujeto humano y natural; la curiosidad, la avaricia, la casualidad, la perseverancia, las discusiones, los extremos... nos llevaron a ser el nuevo Dios de nuestro pequeño planeta.
La ciencia no sació su apetito desmantelando el teatro religioso, que siguió alimentando el dinero y las fiestas populares donde el capitalismo se relame los dientes mientras nos ve comiendo Ferrero Rocher. No sabemos dónde está el freno, y eso que lo inventamos nosotros en carretas, coches, aviones, tanques y cohetes. El saber no cabe lugar. Más, más y más. Queremos saberlo todo, incluso lo que no deberíamos saber, pero podemos. Yuval en su libro de Homo Deus: de hombres a Dioses (2015) relata cómo el ser humano fue acabando con la hambruna, las guerras y las epidemias. ¿Consideráis que hayamos acabado realmente con estos tres grandes problemas? Desconocemos el origen del Covid, pero de lo que estoy segura es que hay una gran guerra detrás, aunque no sea tan sangrienta como las que estudiamos en los libros. No debería, pues para esto es para lo que hemos avanzado, para no tener que mancharnos las manos. Existe una guerra de poder, de doctrinas, de territorio y posesiones que no cesará ante la codicia del ser humano. Pandemia, guerra, y hambruna; tú y yo somos de clase media y nos podemos permitir pagar un PC a plazos, pero el hambre no ha desaparecido en otros continentes que llamamos del tercer mundo, y ¡cuidado!, está llegando a los del primer mundo.
Pero no quiero hablar de lo que desconozco, os recuerdo que solo soy una ilustre ignorante que sabe cuatro pinceladas de lo que es importante, observa, y saca sus propias conclusiones. Por supuesto tampoco quisiera menospreciar al ser humano y los logros tan grandiosos que nos permiten alardear pretenciosamente. Quisiera, por el contrario, presentar este asunto dándole la vuelta.
El hombre es capaz de razonar respecto a casi cualquier cosa que lo rodea. También sobre sí mismo. Es capaz de transmitir y enseñar, de escribir y relatar el aprendizaje y postergarlo. Es apto para sentir y expresar emociones, incluso de hacer un análisis de un sentimiento tan propio como ajeno. El ser humano es absolutamente extraordinario y cada vez menos personas pretenden cuestionar este aspecto. Sin embargo, el hombre admira su raza, pero odia a un igual. ¿Cómo puede ser esto posible? Es algo normal, un perro puede no entenderse con otro perro, y no pasa nada. Pero solo el hombre extermina con tanta crueldad cuando no hay entendimiento. Y sé que me equivoco afirmando esto, porque la naturaleza es muy sabia y también cumple un ciclo en el que algunos deben morir para que otros sobrevivan. Y si esto pasa en animales cuyo único estímulo es el medio natural en el que viven, es lógico que con la cantidad de acicates que nos envuelven a diario a los humanos, odiemos y amemos por doquier. Más aún, con el poder de la mente y lo que logramos con ella. Somos Dioses en la Tierra. Cada uno con su realidad y sus alicientes que le permiten llegar a ella...
¿Os imagináis a Leonardo da Vinci, que en vez de pararse a observar el vuelo de las aves en plena naturaleza, hubiese recapacitado sobre el dolor que le afligía siendo un hijo bastardo? ¡Cuánto talento desperdiciado! ¿Y si en vez de odiar a Miguel Ángel, se hubiere unido a él? ¡Cuánto talento unificado! Es curioso, pero la historia cambia con una mínima decisión. Con un pequeño enfoque en el que decidimos dedicarnos toda la vida. Es el sino, el destino de cada uno y lo que hace con él. ¿Cuántos nos hemos preguntado que hubiere pasado si Hitler hubiese sido admitido en la Academia de Artes? ¿Y si Napoleón no hubiera sufrido lo que hoy conocemos por bullying?
El humanismo llegó para relevar a Dios de sus funciones, y colocó al hombre en la cima de la jerarquía. El humanismo nos permitió replantearnos cuestiones diferentes de la religión y centrarnos en tantas otras cosas que nos rodeaban, en crear estímulos nuevos, nos permitió soñar e imaginar haciendo de lo ficticio algo material y real. Pero nos siguió alejando del hombre. Del hombre simple y llano que pasó de comer el tuétano de la carroña sobrante de animales más fuertes, a crear el fuego y convertirse en cazador. A trabajar en grupo y a cazar al animal más grande y más fiero. A tener tanto tiempo libre y en libertad, que acabó conociendo los misterios de la naturaleza. Domesticó animales, cultivó plantas, creó hogares de paja que acabarían siendo grandes rascacielos en Manhattan, trabajó la piedra y llegó a conseguir fundir metales. Hoy hacemos tecnología inteligente a través de simples algoritmos. La evolución es asombrosa, pero sin freno, es catastrófica.
Antes era Dios por encima del hombre. Hombres que a través de Dios se colocaban en la cúspide como salvadores de otros hombres. Hoy son las ideas y el ingenio de los hombres (junto con el dinero) lo que delimita esa jerarquía. Siempre debe existir una maldita jerarquía. El hombre se aleja del hombre para acercarse a nuevos enigmas, de todo tipo, para todos los gustos. Por suerte, seguimos teniendo cabida todos nosotros. Por desgracia sigue siendo un reto, una forma de vida.
El hombre adquiere conocimientos que lo salvan y adentran en su realidad, a la que dedicará lo único que posee, su vida. Y contribuirá a la evolución de lo que otros han ido tejiendo previamente a él, y que los posteriores estudiarán y rectificarán. La ley del más fuerte hoy se rige por la ley del más culto. Del que mejor potencie su sabiduría y nuevamente, cambie el mundo.
¿Qué necesitamos cambiar? Lo que necesitamos es frenar. Darnos más la mano y menos la espalda. Hablar más de nosotros y menos de lo que ocurre en el exterior. ¿Por qué se acaban los mitos, las leyendas, las tradiciones? Porque se dejan de contar. Porque los niños abandonan el hogar para ir a la guerra y mueren sin siquiera tener hijos a los que hablar. Porque los padres están tan ocupados en trabajar y hacer dinero que se pierden la infancia de sus hijos, la cual se ve mancillada con la tecnología que más tarde, relevará a sus propios padres, por la que, también, trabajarán y harán dinero para costearla o seguir llevándola al extremo.
Sí, soy un poco hippie. Me gusta el ser humano y su capacidad de crecer. Pero me gusta más el hombre y lo que tiene para contar. Confío plenamente en la unión de las experiencias y los sentimientos. ¿Qué unió al séquito de Hitler? Una idea en común, un sueño conjunto. ¿Por qué nos empeñamos en diferenciarnos, en etiquetarnos y en desprestigiarnos, cuando podríamos unirnos, respetarnos y apoyarnos?
Por eso hay que frenar un poco... es una situación casi irreversible.
Ojo, yo hablo desde mi ignorancia más arropadora. Es mi realidad. Lo que vivo día a día con las personas que conozco, lo que aprecio de ellas y la cualidad de tejer un sin fin de relaciones cuyos dones cambiarían el mundo. Conozco a muchos tipos de personas con ideas totalmente antagónicas. Sin embargo, creo fielmente que deconstruyendo los muros que construyen la celda de cada uno, todos buscamos una misma causa de ser. De ser naturalmente. De evolución natural. Mucho más sencilla que toda esta parafernalia que hemos montado. Todos tenemos un nexo en común, pero nos olvidamos de buscarlo mientras nos recitamos cuáles son nuestras diferencias. Y seguimos poblando, creciendo a borbotones como para ponernos de acuerdo.
Miles de años así, no voy a venir yo, una don nadie, ahora, a cambiar el mundo, desde luego. Yo la defino como mi utopía particular. Con mucho que debatir, por supuesto. Con mucho que aprender, sin duda. Al final soy como cualquier humano que se haya replanteado una existencia mejor, con una historia cualquiera, y a su manera.
Continuará... (para desgracia del lector)
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