Autobiografía - Mi sino
Hay un orden natural en el mundo que se rige de ecuaciones, de ciencia basada en números, de casualidades revestidas de probabilidad estadística, de una evolución que todavía desconocemos debido a su grandeza. Nadie puede negar lo evidente, somos una mota de polvo ante un espacio de galaxias superior a cualquier percepción que hallemos de él. Sólo sé que no sé nada, porque aprender es desaprender.
Ser consciente de esta realidad, nos lleva a la nuestra propia, a esos quince segundos que supone tu vida en un espacio tan grande de tiempo y universos, del que te irás como llegaste. Por eso se nos vende el sueño de ser dueños de nuestra propia vida. No existe por tanto una realidad, una verdad absoluta que dé sentido a tanto misterio. Cada uno moldea la suya y muere abrazadito a ella. Fin.
En mi realidad, la toma de decisiones ha ido acompañada de un halo superior y ajeno, al que decidí abrazarme mucho tiempo atrás. Simplemente, me paré detenidamente a comprender el orden 'natural' de mi vida.
Partí de la cuestión que si el padre de mi hermana no hubiese fallecido, yo no estaría donde estoy. Me he preguntado reiteradas veces cómo sería Lorena de no habernos mudado a Canarias. Todo sería diferente. ¿Se habrían separado mis padres de todas formas? Quién sabe. Al final, todo sigue un orden. Canarias nos enseñó lecciones que de habernos quedado en Barcelona, estaríamos aprendiendo ahora con esta Pandemia de por medio, como buscar calidad de vida en sustitución a los bienes materiales. Básicamente, a darle otro poder al Dinero. Y de ahí, pequeñas causalidades que recuerdo sobre todo en edad adulta.
Cuando terminé bachillerato todo el mundo tenía claro la carrera que iba a hacer y sus plazas en la Universidad. Yo quería estudiar azafata de vuelo, miré de hacerlo en Inglaterra, pero mi padre dejaba el piso de la familia en Barcelona y se iba a Nápoles, así que me mudé yo. Estudié los cinco meses y al terminar los exámenes me volví a Canarias para sacarme el carnet de conducir. Me llamó mi profesor para ofrecerme entrar en Vueling por haber sido la mejor de las cuatro clases, y en mi ausencia, le dije que le diera la oportunidad a alguien que estuviese presente. ¿Cuántas cosas habrían cambiado de haber tomado una decisión diferente? Ese tiempo en Lanzarote poco me sirvió para sacarme el carnet de conducir, sin embargo, le dio la oportunidad a mi tío de verme trabajar en la tienda de mi madre y acceder a contratarme en Emporio, en Barcelona. Al volver, tenía trabajo asegurado.
En los primeros cinco meses en Barcelona, conocí al 'chico del super' con el que me buscaba la mirada y la tentación entre pasillos y estanterías. Irme a Lanzarote nos dio una tregua de unos pocos meses para que, al volver, nos encontrásemos. Dani había terminado una relación de 10 años, y esos meses previos, fueron la clave de que más tarde nos juntásemos un par de años. Tenía pareja, casa y trabajo estables.
En su momento yo no era consciente, sólo una niñita de diecinueve años embelesada en historias de amor con un hombre diez años mayor que ella cuya diferencia de edad eran los diez años de relación previa a ella. Había un desequilibrio en las expectativas de la relación. Yo limé mi empalago renunciando a él y reprimiendo el vacío que me creaba la escasez en los detalles, a cambio de una relación 'madura' con un hombre que se hizo mi mejor amigo, mi mundo, del que brotó mucho amor por parte de ambos, solo que expresado de diferente manera. Esa relación mitigó muchos de los mitos que como mujer, y en esta sociedad inundada de patriarcado y de Disney, tenía en mi cabecita. Me sorprendo a mi misma cuando recuerdo que aún estando completamente enamorada, fui yo quién decidió no tensar la cuerda para que se rompiera y acabar con la relación (después de muchos intentos de hacer comprender mi vacío). Desde aquí es dónde más recuerdo mi sino.
Me destrocé. Recuerdo tirarme una semana entera deprimida y llorando mientras Dani sonreía en las estanterías de ese supermercado. Hoy veo con claridad un proceso precioso de maduración: mi tía también se había separado de su pareja y estuvimos viviendo juntas. Entre mi relación de dos años, y mi convivencia con ella, aprendí a ser señora de casa. Además reconozco que mi tía no tiene pelos en la lengua y me decía bien claro la valía que tenía y que no debía olvidar, permitiéndome a la vez, llorar en su hombro. Me recluí en libros 'espirituales': el Monje que vendió su Ferrari, las Nueve Revelaciones... Muy curiosa es la anécdota que tuve con Amazon: seleccioné el libro 'del Caballero de la Armadura Oxidada' y 'la Princesa que da Calabazas al Caballero de la Armadura Oxidada'. Deseleccioné el segundo para comprender primero al caballero, y adivinad mi sorpresa cuando el libro que llegó fue el de la princesa. ¿Señal divina?
Al poco de dejarlo con Dani, recuerdo que mi madre me envió un calendario de Open Days de Azafata de Vuelo y ahí empezaría a cambiar mi destino. Literalmente, todos los semáforos que cruzaba eran en verde. Me lancé a la aventura de irme a Las Palmas de Gran Canaria para entrar en Vueling. No pasé la prueba, pero había dado el primer paso. También me llamaron de Iberia y del que acabaría siendo mi mundo, el turismo:
Trabajando en Emporio esos dos años, conocí a una Guía Acompañante, Miriam, a la que le pregunté por vez primera en qué consistía su trabajo. Me dejó una tarjeta y la guardé en la cartera. No volví a tocarla en meses, ni a verla a ella... Hasta que un día, limpié la cartera, vi la tarjeta de nuevo, y ese día apareció Miriam con un grupo. Casualidad.
De entre los guías que venían había uno con quien me gustaba hablar especialmente, Cristian Aguilera. Me repetía reiteradas veces que saliera a conocer mundo, que valía mucho y me estaba desperdiciando. Es curioso, pero la persona que le motivó a él a dejar su zona de confort e irse a Inglaterra a estudiar inglés fue su primera novia y se llamaba Lorena. Curiosa cadena de favores la de esta vida.
La tercera vez que vi a Miriam, que vino a la tienda, era mi último día de trabajo como dependienta porque me habían contratado como Guía Acompañante. Otra vez, casualidad. Había encontrado mi vocación y mi vía de escape al desamor que me abrumaba.
Retrocedamos a cuando mis padres hicieron la mudanza a Lanzarote, que yo estaba con mi abuela en Torrevieja. Mis gatos, Titina y Garfield, tuvieron crías y sólo sobrevivió uno: Elvis. Al llegar a Lanzarote se escaparon y sólo quedó ese renacuajo blanco y peludo de ojos azules que me acompañaría once años hasta morir en mis brazos y mirándome fijamente a los ojos. Nunca olvidaré aquel día: primer año como guía, muchos viajes de ida y vuelta. Mi gato nunca maullaba más que cuando escuchaba el tintineo de las llaves al llegar de los viajes. Me esperaba en medio del pasillo sollozando, lo cogía en brazos y me abrazaba con sus patitas dejando de llorar. Aquella semana esperó que volviera, y se mantuvo vivo en sus últimos días hasta un día antes de partir de nuevo. Recuerdo que mi tía, un poco bruja ella, vino a casa esa tarde, sabía lo que iba a pasar. Mi gato estaba en el sofá desapareciendo poco a poco. Mi tía me dijo: 'cógelo, que se muere'. Todavía me apesadumbra el recuerdo de tomarlo en brazos, que clavase fijamente esos ojos azules en los míos y se dejara ir poco a poco en sus últimos suspiros. Es el acto más leal que he recibido en vida.
Sin Elvis, y en una casa que había compartido con Dani, mi realidad se me hacía muy cruda cada vez que volvía de esos viajes. Así que, de casualidad, empecé a buscar dónde mudarme. Mi prima había ido hacía poco a Granada, mis abuelos son de Granada y yo no la conocía, y por azar, todo el mundo empezó a tener Granada en boca (era la ciudad preferida de mi jefa, por ejemplo). Me saqué un billete a principios de agosto y me puse a buscar casa de alquiler. En un día vi varios pisos que no eran del todo atractivos pero tenían buen precio. Iba a ver uno en el Campo del Príncipe, pero lo habían alquilado, así que el chico de la agencia me subió al maravilloso Lavadero del Sol. Me enseñó el piso que anhelaba, con unas vistas inmejorables solo igualables si se pudiese ver la Alhambra desde este punto. Más caro de lo que podía permitirme pero, otra casualidad, con la fianza y el mes para la agencia, era el dinero EXACTO que llevaba en efectivo del cobro de excursiones que había realizado en el viaje anterior. Dudé mucho si podía permitírmelo, pero accedí. Además se portaron muy bien conmigo, me perdonaron los dos meses que por trabajo me impedía mudarme y las facturas, pero ya con la llave y habiendo dormido dos noches en él. Todavía me halaga lo bien que se portaron conmigo.
El 8 de Noviembre de 2017, me mudé dejando atrás las raíces de una relación que llevaba nueve meses devorándome por dentro y que todavía no había terminado del todo (ya sabéis, ni contigo ni sin ti). Y empecé una nueva vida, ya como guía, en otra ciudad. Qué divertido es contar cómo conocí a mis primeros amigos:
Estaba en el balcón tendiendo la ropa y un olorcito a marihuana subía del Lavadero. Vi a tres chavales que estaban fumando y me decidí a bajar para preguntar si me vendían algo.
- Hola chavales, estaba tendiendo y os he visto y olido y me preguntaba si me podríais vender un 'argo'.
- Aroo, como si quiere' eshar la tarde con nohotro'.
Ea, no se diga más. Así fue como conocí al equipo del Correcaminos de rugby. Al día siguiente los fui a ver jugar un partido, y cuando los vi en coro entorno al capitán y la capitana cantando: 'yo tenía un capitán, que la tenía descomunal' (¡ra! el capitán se saca la chorra) 'yo tenía una capitana, que las tenía descomunales' (¡ra! la capitana enseña las tetas). Comprendí que esta gente me iba a cambiar la vida. Estuve poco, por mis viajes, mi fobia a lesionarme y no poder trabajar, y por la depresión del primer invierno sin Dani y con poca liquidez para sobrevivir. Además, conocí a Samuel, que se vino a vivir conmigo. Samuel es una persona maravillosa que me dio mucho amor cuando más necesitaba recibirlo, pero cuando menos dispuesta estaba a darlo. Tuvimos mucha introspección juntos, una convivencia extraordinaria en pocos metros cuadrados, pero un final en el que al final uno de los dos se enamora y pierde si no se está en el mismo momento. Le dejé la libertad que se merecía y nos dimos el espacio que necesitábamos para digerirlo. Por lo que, también me separé del rugby sin exprimir lo que tenía para ofrecerme. Aunque habiendo conocido personas geniales que todavía conservo, incluido Samuel.
De ahí hice mucha vida más fuera que dentro, seguí coincidiendo con personas que me iban cambiando mi visión del mundo y sobre todo, ampliando esa visión. Gente de todo tipo: guías y proveedores, los latinoamericanos de mis viajes, los hippies del río y de las cuevas, Eric el cuñado de mi casero que es guía y su entorno... en fin, círculos muy diversos. Cuando me apunté al FP de turismo, empecé a crear otro círculo de amistades que entendían mejor el entorno en el que me movía. Cada persona tiene, siempre, algo que enseñarnos. Rebeca, por ejemplo, tiene la Enfermedad de Crohn. Es una pedazo de mujer con una vitalidad que os sorprendería. Ella me enseñó que hay cosas más importantes que el amor en el que yo creía, como es la salud, pero contradictoriamente, que es el amor el que nos salva de todo (tiene una relación preciosa de doce años con Rocío). Necesitaría muchas entradas para describirlo, pero resumiendo, al final comprendes que el amor tiene muchas formas. Juntarte con mujeres te recuerda el mundo del feminismo para comprender muchos patrones que hay que desmitificar.
Eso no quita que siguiese teniendo mis aventuras esporádicas con hombres. Conocí a un antropólogo después de Dani, me reencontré con mi amor platónico y mi gran amigo Alan, tuve amoríos con conductores, algún pasajero, con otros guías, y con algunos amigos de Granada. Soy bastante libertina con mi sexo y puedo permitírmelo. Algún día, tal vez, hable de ello.
Y llegó el 2020. El que sería mi último año como guía, el año que terminé el FP de Guía Local. El año que coincidí con José.
José y yo nos conocimos por primera vez en una discoteca la noche de la cena de clase que salimos las chicas del FP. Estuvimos fuera charlando y fumando, pero su descaro y osadía me repelían aunque me encantara su atractivo. Esa noche hablé más con su amigo, que era guía, que con él. El caso es que no volvimos a vernos en un año, hasta que coincidimos en otra discoteca justo el día de mi graduación. Nos dimos los teléfonos, y a la semana, tomamos las cervezas pendientes. Encajamos desde el principio, con varias coincidencias pormenores detrás, y nos revolcamos unas cuantas veces. Hasta que nos decidimos a pasar la pandemia juntos. Sigo adulando la suerte que tengo de haber pasado una pandemia en una casa de ensueño, acompañada, con seis perras, piscina... en vez de en una casa de apenas 25 metros cuadrados y sola. Aunque el precio haya sido enamorarme de nuevo.
José es mi herida reciente, 'el amor maduro' que he ido cultivando y que con él llegó a su tope. Quizás también hable de esto en algún momento. El caso es que, sin mi pilar fundamental que suponía el trabajo, y con mi gran amigo y enemigo que es el amor, me hice la picha un lío. Entré en una nueva crisis existencial sin saberlo, pero haciendo vida sin parar y conociendo personas nuevas. Además me pasó lo mismo que la primera vez: después de un gran amor, llega un gran trabajo.
José fue el intermediario para conseguir el contacto que me daría el trabajo de Mapeo con Apple. Dos meses en el extranjero conociendo personas que me recordaron lo mejor que hay dentro de mi. Incluyendo nuevos amores que me darían todo el amor que José no sabía darme. Amor, que nuevamente, cobra muchas formas.
Otra forma de amor que he dado y recibido es con los animales. Ya he hablado de Elvis. Whistler es el Border Collie que tuve con Dani, que casualmente el día que decidimos comprarlo (error) me habían subido la cuota de la tarjeta de crédito permitiéndonos el capricho. Con Whistler aprendí a dejar atrás, por segunda vez (la primera fue Rex), un amor incondicional. Con esta vida nómada no podía permitirme tener perros y ello hacía que me volcara con cariño en los que poseía mi entorno. Hoy entiendo que la dedicación que le puse para enseñar a Whistler me acercó a la conexión que tengo con estos bichitos de cuatro patas.
Una anécdota que recuerdo es en Enero de 2020 para el cumpleaños de mi abuela, donde nos reunimos mi madre, mi hermana, mis tíos y primos en casa de mi tío, en Barcelona. Mi tío tiene un bulldog francés y en aquellas fechas, tenía un cachorro de una raza grande tipo Braco o Gran Danés (no sabría deciros ahora mismo). Un perro la mar de bueno para lo grande que es, pero que por su tamaño, estaba siendo entrenado a base de brutalidad y miedo. Era un perro que derrochaba falta de cariño y atención que yo estaba dispuesta a dar. Recuerdo estar sentada en la silla de la mesa de la terraza, con el perro a mi vera mientras lo acariciaba. Se separó de mi para sentarse en las escaleras que dan a la piscina, desde donde se ve el firmamento. Miró hacia atrás, hacia mi, como diciendo '¿vienes?'. Me senté a su lado, quedaba a mi altura de lo grande que es el bicho, y le puse el brazo por encima. Acabó dejándose deslizar y derretir en mis caricias, hasta tumbarse encima de mi. En dos días me hacía casi más caso que a mi propio tío.
Las perras de José fueron otra manera de calmar el vacío de tener mascota. Eran seis perras preciosas y muy cariñosas, que a pesar de tener un jardín enorme, sólo querían tu calor y tus caricias. Me encantaba estar con ellas, intentar ser equitativa en mis muestras de afecto (¡qué celosos y acaparadores pueden llegar a ser los perros!). En una semana las perras me querían como si llevara años con ellas.
Al volver a casa me arropó Luna, la gata de mi vecina que trepa por mi ventana a su antojo. Es preciosa la conexión que teníamos las dos y que siempre defenderé como decía Cortázar:
Amar a las personas como se quiere a un gato, con su carácter y su independencia, sin intentar domarlo, sin intentar cambiarlo; dejando que se acerque cuando quiera, siendo feliz con su felicidad.
Y luego llegó Django.
En mi última semana del trabajo de Apple, decidí acoger perros para saldar las cuentas con esas ganas de tener mascota sin tenerla, puesto que viajando se complica la estabilidad y responsabilidad que supone. El mismo día que se lo comenté a José, le pasaron una foto de un perrito que habían cogido en la calle, y no me lo pensé, yo me haría cargo de él. Django no era un perro cualquiera... era un alma libre también. La conexión fue instantánea. Y con mi crisis existencial de vuelta, me volqué mucho en educarlo con conocimiento y sentido de la responsabilidad para una convivencia sana para los dos. Así, era difícil darlo en adopción... Samuel me dijo algo que me replanteó el asunto: 'es tu única raíz, no la cortes'. Esa noche me puse los Simpson desde el primer capítulo y adivinad cuál es... Cuando se quedan al Ayudante de Santa Claus. Junto con otras casualidades, como el hecho que después de tres años en el mismo bloque sin canes, en ese momento, la del primero tuviese una perrita labradora. Así que, me lo quedé. Django son todo satisfacciones por encima de los sacrificios, un sentimiento de madre sin haber parido. Incluso ahora, que después de haber estado tan solo tres meses conmigo, me voy a ir ocho para trabajar en el extranjero.
En definitiva a todo este rollo que acabo de soltar:
La vida es preciosa. La vida de cada uno, más. Cuando te paras a observar el sentido que tiene, que le das, las cosas que pasan y por qué pasan, es maravillosa. Hay cosas que aunque se expliquen no se entienden, como mi devoción por la pachamama que me compensa con animales salvajes allá donde voy. Con pájaros exóticos que me observan desde las ramas en momentos cruciales de mi conmigo. Como la mariposa blanca que me seguía en los paseos de montaña al morir Elvis. E infinitas casualidades y premoniciones que ocurren. Pensar en alguien y que aparezca. Desear algo, tener una carencia, y aparecer alguien nuevo que te enseñe un poquito más de todo lo que tiene este mundo que ofrecernos...
Qué bonito es vivir.
(Incluso con la jodienda del Fuck life, que también está ahí.)
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