Ser guía (y sus derivados) en palabras de una Lorena joven
- Qué complicado es este trabajo, ¿verdad David?. Creemos sentirnos privilegiados conociendo Europa y sus mejores hoteles y servicios. De hecho lo somos. Pero a veces nuestro coste es muy alto y la vida pasa. Mientras, dejamos atrás acontecimientos importantes. ¿Somos nosotros el problema o serán las raíces de la gente lo que nos hace sentir extraños? Al final es nuestra rutina también; mismos horarios, misma gente, mismo entorno… solo que en periferias más amplias. ¿Somos los malos por abandonar el hogar en momentos irremplazables? O las víctimas incomprendidas que vagan en amplias habitaciones dobles con cama de matrimonio (habitaciones frías, debo decir), mientras desearíamos estar en la otra parte del globo compartiendo ese momento con esa persona. Y no te creas que regresar tampoco es fácil. Al contar tus anécdotas, sigues siendo el extraño que a fin de cuentas aburre de lo abrumador que llega a ser. Tus problemas son menos graves porque se desarrollaron en otro país…
- Anda va, deja de quejarte.
- No
me estoy quejando… Amo mi trabajo más de lo que cualquiera de los que se quedan
ama el suyo.
En el momento en el que hago la maleta mi cabeza ya vive en otra dimensión absuelta en itinerarios, horarios, restaurantes, hoteles, ciudades que tal vez ni conozco, metros, baños públicos, permisos, guías locales y receptivos, normas del bus, radios, explicaciones, tours…. Así es. Amo mi trabajo porque me obliga a centrarme en mil cosas a la vez, porque a éstas, se le suman las 800 que un grupo de 50 pasajeros consigue darte individualmente. Y por eso lo amo. Porque soy capaz de solventarlo. Porque algunas veces más satisfecha que otras, mi karma vuelve. Y el sufrimiento que todo esto esconde, en un ambiente de trabajo en el que el veterano no es tu amigo sino tu peor y silencioso enemigo, ante una oficina que te da la mano como que un beso, según convenga, y te planta a merced de 50 canívales que han pagado un precio muy caro por una sarta de mentiras, como para conformarse con cualquier cosa que puedas ofrecerle. Pero el karma vuelve, compensa los desahogos en esas habitaciones inmensas generadoras de vacíos. Vuelve en forma de agradecimiento, ofrenda o cariño de un pasajero que por vida va a recordarte; hablará de ti cuando explique su viaje, recordará tus 'kikirikí' para despertarles incluso puede que recuerde alguno de tus chistes. Tal vez sea uno de los que ganó tus quiz y tenga un souvenir de la experiencia y de tu implicación, o tal vez no y aún y así te recuerde y te ofrezca su hogar para cuando decidas cruzar el Gran Charco. A sabiendas que él para ti puede no ser tan importante.
Puedo
decir que amo mi trabajo; me permite ser quién soy, me ofrece aún sin dar y me
da a cambio cuando yo también le doy.
Qué
lo hace diferente, ¿el hecho de que deba desplazarme unos pocos KM? Esos pocos
kilómetros son los que no me permiten llevar una rutina sana y establecida como
lleváis vosotros en vuestras vidas. Y en el viaje no os creáis que es
diferente; si tengo tiempo si quiera de verme los pies cuando me voy
directamente a la cama mientras me lamento de los tobillos de elefante de estar
de pie desde las 5 AM siendo las 23PM,
reúno el desperdicio de cojines por habitación (pero que en ese momento
agradezco), y con las mismas, hasta mañana las 5AM. Por supuesto, con la mente
puesta en casa.
Pero
no, aún y así no me quejo de mi trabajo, porque elijo hacer esa maleta. Elijo
la ruta, qué voy a decir. Elijo cómo entretener, cómo enseñar. Y aprendo cada
día más.
A la par, voy sintiendo cómo otras desaparecen. Pero ya he aprendido que todo en la vida no se puede tener, y si se desea tenerlo todo, lleva su debido tiempo. Así que, básicamente, lo que tengo son marcadas mis preferencias.
David,
¿sigues creyendo que somos los extraños? Yo creo que lo extraño es saber que
todos los días vas a ir al mismo lugar, con la misma gente, con problemas prácticamente
idénticos, y sin embargo decidir actuar todos los días con el mismo humor. Con
la misma actitud.
¿Sabes?
A mi a veces me decepciona salir a la calle en mi propio país. Hoy día
se expande el individualismo colectivo, paradójico como su propio nombre; donde
las personas son corazas. Nadie te mira a los ojos, y cuando lo hacen no son
miradas, sino inspecciones del espécimen. Yo acostumbro a vestir de chándal y
sin maquillar cuando salgo por mis lares; y puedo asegurarte la incomodidad que
he sentido muchas veces ante un adulto que me observaba como el reflejo de la
juventud de hoy en día. Un adulto que con su reojo me deja indiferente ante más
prejuicios de los desatados. Sin saber que mis cuentas, con 22 años, podrían
perfectamente estar doblando las suyas.
Pero
yo no soy nadie. Sólo he tenido suerte y dedicación por lo que hacía. Y fíjate,
eso ya me ha destacado de la multitud.
Pobres
de aquellos que miran hacia dentro para no ver nada más. Valientes los que como
tú y como yo, miramos hacia dentro para volver a mirar al exterior.
Y aunque la presión de empequeñecernos luche a contracorriente con estas fuerzas que tenemos de querer hacer las cosas impolutas, con esta presión que no podemos evitar añadirnos, no dejes que esta viva imagen de la sociedad y de la corriente que hay que seguir, te engañe rompiéndote las esperanzas puestas en el futuro. Tú decides en tus decisiones qué legado quieres dejar en tu nombre, como en tus acciones.
En
vez de privarnos a dar, seamos más linces y selectivos. Hay que aprender a
mezclarse entre la muchedumbre, pero no hay que perder la esencia, la empatía,
aquello que nos recuerda que de otros también se aprende, que dando es como se
gana más, y que todo lo que poseo no vale nada si no puedo compartirlo.
Piénsalo
David
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