Autobiografía - 25 primaveras

Me gusta complicarme.
Escoger caminos distintos de ida y de vuelta. Andar sin GPS. Quiero el rebaño pero intimo con el individuo. Sacio mis múltiples kryptonitas a conciencia, y sin ella las alimento. Construyo mis propias barreras entorno, lo que me permite conocer cuáles son los atajos. Atajos que no siempre tomo... porque me gusta complicarme, me gusta la piedra del camino. Podría descubrir su gemología de forma literal, sin embargo, le busco el sentido abstracto, vago, y le doy sentido a la metáfora. Y como me gusta complicarme escribo sobre ello completamente enajenada. Condenada. Soy complicada y la palabra condena, me resulta una etiqueta relativa como cualquier otra. Galimatías del lenguaje, dispuesto a encadenarnos de por vida. Soy tan complicada, que utilizo diez de estas palabrejas para frases que podría decir en dos. 

También me gusta lo sencillo.
La simpleza de caminar sin pretensión de conocer el destino para saborear el camino. Que las horas del día me las desvele el sol y decirle 'Lorenzo, te quiero'. Es rídiculo, pero cuando no lo hago me doy cuenta que mi actitud del día es más de desdicha que de agradecimiento. Me gusta observar a la gente y 'creer que la conozco' aunque de la creencia a la realidad de esa persona haya una experiencia por contar, una sonrisa que disimula la vulnerabilidad de las heridas más profundas. Son los muros ajenos que trepo tras construír y huir de los propios. Los atajos que me señalizan para llegar a ellas, no tan distintos de los míos, pero con su propia forma. Es más fácil cincelar la piedra de la que soy espectadora objetiva que aquella con la que tropiezo y me arranca las vísceras de mi proyección subjetiva y emotiva. Soy tan simple que durante años sólo me he centrado en ello olvidando que hay un mundo ahí fuera, aunque haya estado de lleno en él. 

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