LMC divagando

Qué vorágine la de fumarse dos caladas y darle play al soliloquio. Una constante de buscarse y sentirse en el presente mientras la corriente de tus pensamientos te aborda. Estaría bien de no ser porque me juegan malas pasadas. 

El mundo gira entorno a mi eje, a lo que digo, hago, y las reacciones que genera. Ya no por querer gustar o dejar de hacerlo, es distinto; más bien, como una forma de comprensión de la proyección que se está haciendo. Y no llego a ser consciente hasta que me enfrento a una reacción que me hace saltar las alarmas. Esa verguenza tóxica que me acompaña como una sombra, esperando mis movimientos para criticarlos después. Es la que me cuestiona. La que me aleja del 'mundo real' (que como todo es relativo) y me sumerje en lo más profundo para escudarme tras los miedos. Miedos absurdos pero mucho más poderosos que el miedo a la muerte. 

Miedo a vivir muerta. Miedo a una piel tersa, sin estrías, pecas o lunares, sin manchas de nacimiento e identidad propia que me hagan encontrar una bonita firma con la que sellar el pacto de la vida. Con una mente tan utópica que peca de soñadora y desconfía de aquellos mayores que en vez de señalarle la piedra le van dando pautas para seguir el camino. Como si no quisieran darle con guante blanco por no discutir. 

Sin embargo,
¿es el mismo camino el que necesito?
o,
¿son proyecciones de una metomentodo vende discursos? 

Una mezcla de ambos.
Una mezcla de querer absorber a conciencia sin dejar de perder esencia, esperanza; con certeza que cada día es un poco más tonta. Lo típico, solo sé que no sé nada. Miedo a no tener respuestas aunque sin dejar de buscarlas.

Y sí, sé que soy una soberbia conductual de la vida. Que mis teorías no pecan por credibilidad, si no por la insistencia en embellecer las palabras que me propician el discurso perfecto para una teoría sin fisuras. ¿Pero si no me la creo yo qué sentido tiene? Lo importante es no perder la costumbre de cuestionarse a uno mismo el primero, de aceptar que uno peca proyectando pero que la vida nos permite darle la vuelta a la situación y demostrarnos que podemos intentarlo (considerando que no todo depende de nosotros), y fallar es una opción tan válida como cualquier otra. 

Si quiero sentirme mal me sentiré mal, pero si mi voz interior me dice que es suficiente, nadaré a contracorriente para volver a encauzar mis aguas, darle un mástil a esa barca que surca sin rumbo. La enderezaré si me siento con fuerza. Volcará si a pesar de mi fuerza no es suficiente. Nadaré hasta encontrar alguna isla perdida si es 'mi destino', o me rendiré si decido que no quiero luchar más y que prefiero estar dormida. Ni sentir ni padecer. Y, si encuentro una isla, tengo mil opciones: construir otra barca, una casa; pedir auxilio, refugiarme y subsistir, cazar o dejar que me cacen, ser vegano o carnívoro, comprenderme con algún animal para darnos compañía, escribir, buscar alcohol o droga en la natura, o simplemente sentarme a meditar en la playa. Cualquier decisión que tome es buena si solo afecta sobre mi, sin olvidar las repercusiones que conlleve. Si estoy acabando con una especie, la protegeré; si no me queda agua, la suministraré; si mi acopio de alimento es mayor del necesario, lo reduciré; si en la barca entra agua, achicaré. 

Hay que fluctuar dejándose llevar. Alcanzando extremos sin posicionarse de manera estática, probar. Y cuando la verguenza tóxica y los miedos nos digan que no podemos, que no valemos; escuchar a esa otra parte que dice: déjame intentarlo. Sabiendo que uno está a tiempo de rendirse si no le queda opción.

Se vale no intentarlo.
Cada quién conoce sus propios límites, aunque la cuestión siga siendo:
¿Y los que no conocemos?

A veces me doy una palmadita en el hombro porque el soliloquio me recuerda lo bonito de mi visión particular, otras, simplemente me doy bofetadas para ponerme los pies en la tierra. 
Al final soy y seré yo misma quién deba hacerlo aunque venga afectado por el entorno.

Probaré varias firmas. Tendré una firma rápida y discreta para albaranes, una seria y firme para el DNI que tenga ropa de diario para archivos no tan importantes. La abreviatura perfecta. Y la vestiré de gala cuando firme los papeles del amor, de la vida y de la muerte como los documentos más importantes. Tengo derecho a cambiar de una renovación de carné a otra. De cambiar mi dirección habitual pero no así de mi nacimiento, aunque me pueda llegar a sentir de tantas otras partes del mundo. 

Pero la base de la firma seguirá siendo la misma:

Lorena Madonna Castillo o sus respectivas iniciales, y el garabato con el que más destreza me sienta en ese momento.
Una parte fija,
y la otra,
voluble.



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