Autobiografía - Necio soliloquio de una mente tediosa
- Es hora de cambiar.
- Sí, ya. Es un discurso que me conozco. Has dado las campanadas, por lo menos, cien veces... en lo que va de año.
- Ja ja, muy graciosa. Esta vez va en serio, tengo las cosas claras.
- Yo también me sé cuáles son. ¿Te las recito? Seguro que te ayuda a que te las creas de una vez.
- Oye, no me presiones. Son muchas cosas de golpe y necesito mi tiempo.
- Nuestro tiempo, querrás decir.
- Que manejo yo.
- Controlándome a mi. Soy parte de ti, aunque no te guste.
- Lo sé, no callas ni un segundo.
- Ni lo haré. Hasta que no te decidas de una vez por todas, el barco seguirá encallado en el puerto. Mientras, la calamita sigue evolucionando, y para cuando te decidas, tendrás que aprenderte los puntos cardinales de la brújula otra vez. Incluso si te decides a tiempo.
- Maldita rueda que no cesa.
- Ni lo hará campeona. Bienvenida al mundo que te ha tocado vivir. ¿Qué piensas hacer?
- Eres muy dura conmigo.
- La benevolencia no es el plato del día, ni siquiera creo que lo encuentres en el menú.
- Me abrumas. ¿Sabes cómo se llama ésto? Trastorno de Ansiedad Generalizada.
- Pataratas. No te creas lo que te cuenten, sólo es una excusa con nomenclatura. Es normal que tengas ansiedad a la incertidumbre borrina del mañana. Pero no te pongas pihuelas. Lo único que tienes avalado y sin interés, es lo que hagas con el presente.
- ¡Por favor! Me rechazas términos terapéuticos y me sueltas la chuminada del presente.
- Ya, ya. El exceso de autoayudas y conocimiento de uno mismo es todo un negocio que sale a cuenta hoy en día. No me quiero referir a eso y tú lo sabes bien lechuguina.
- ¿Lechuguina?
- Sí, una lechuguina misantrópica a veces. Pero espectadora, al fin y al cabo. Te sientas en las gradas, observas, y si actúas es para pegar un grito de rabia contenida. Pero nada más.
- No creo que eso sea así.
- No del todo. Eres una bradita en el cielo. Tienes el suficiente agibílibus para iluminar la noche, para saltar al campo e imponer tus normas, pero te asustas cuando lo haces. Consigues que te intimiden.
- ¿Quiénes?
- El mundo al que amas y odias a la vez. Dónde esperas ser comprendida y aceptada, sin hacerlo tu primera. Y sin hacer nada para que esa opinión de ti que tengo yo, que soy tú, cambie.
- Si que lo intento sólo que a veces me cuesta, y si entro en el bucle me da ansiedad. No esa de cefáleas, falta de sueño y pánico, esa otra de pensamientos negativos, despersonalización y desrealización. Ser icástica supone identificar igualmente estos síntomas. Y tú no me ayudas.
- Ah, sí, ese disfraz de víctima estoica que tanto te gusta. Se te ha olvidado lo heliogábalo de la situación, ya que nos vamos a poner con tecnicismos.
- Cuánto cojijo résped en tus palabras que me punzan como un jáculo en el pecho.
- Veo que intentamos combatir la dislexia con avidez, muy bien. No se puede ser tan exigente chocho. Es lo que hay, la verdad duele una vez. Para que luego digas que no te ayudo.
- Me enervas más bien.
- ¡Bravo! Si la melancolía no te lleva a ninguna parte, ¿qué tal si lo hace la irritación? Has dicho que es hora, pues escamondemos la galbana.
- La teoría me la sé.
- Pues es la que más te gusta replicar chata. Let it go.
- Maldito acúfeno estás hecha.
- Soy tu peor pesadilla baby. Jaja.
Ahora en serio, pequeña díscola. Roma no se construyó en un día. De hecho, sigue siendo un puto caos de fachadas añejas aunque majestuosas, carreteras de asfalto con socavones que atisban la ciudad que esconde bajo sus pies y cuyas ruinas deleitan la construcción de la que debería ser la tercera línea de metro de la ciudad, casi todo por hacer, aunque hecho, como la pasta al dente.
- No me jodas doña conspicua. ¿A dónde puñetas quieres llegar?
- Tú eres como la Ciudad Eterna. Y tus miedos son... como.. ¡la mafia! Sí, eso es.
Partiendo de la leyenda, al nacer fuiste Rómulo (no has matado a nadie pero ganaste en la carrera de espermatozoides, algo parecido).
- Serás burra.
- Eso siempre. ¡No me interrumpas!
Rómulo tiene un terreno toíto para él en el que cimentar su nueva ciudad, algo parecido a lo que harás tú con tu cuerpo. Los primeros pasos, tus primeras palabras y los primeros pensamientos son como los etruscos, latinos y siberos que ahondaron en la cultura que comprendería el primer Senado de Roma: tus valores. En la monarquía mandaban tus padres, en la república empezaste a valerte por ti misma. Aníbal a lomos de un elefante, tu primera derrota. Te encontraste con emperadores que incendiaban tu ciudad, otros que molestaban a tus vecinos los franceses por verte arborecer, incluso alguno te construyó un coliseo. Luego el Imperio se dividió, como la familia, algunos en oriente y otros en occidente, pero la vida siguió en la Edad Media. Crecieron tus valores con más culturas, de este y oeste, de norte y sur; incluso te posibilitaron más de una cruzada. El poder de la iglesia hacía mella, pero poca ante una sangre más bien pagana, más bien humana, así que diste paso al Renacimiento. Floreciste en tu adolescencia con los medios y recursos que poseías, con las inquietudes que te movieron y en el entorno que te tocó. Ahora estás en el periodo de crisis existencial dónde el auge de las ciudades-estado entra en conflicto entre sí por derrocar y conquistar a la población vecina: todo eso que te gusta cuestionarte sobre ti misma de lo que has hecho o dejado de hacer, en qué has invertido el tiempo y los conocimientos que de ello tienes en la actualidad. Sin embargo, pequeñaja, a pesar de todas las batallas, Roma se convierte en capital de un país unificado. Lo que no quiere decir que no se avecinen otras guerras; casi puedo asegurar que la Gran Guerra será tu crisis de los treinta y la Segunda Guerra Mundial la de los cuarenta o cincuenta. Y aún en pleno siglo veintiuno, esos miedos que crecen con nosotros a raíz de experiencias propias y ajenas, de los estímulos que nos pertenecen y de los que no, de los que nos infundan desde que nacemos, son la mafia camuflada en la piel de una población que tiene sed de libertad. Igual que tú.
Roma no se compara con otras ciudades como París o Londres. Tal vez haya podido considerar la historia para emerger. O le sirvan como referentes de inspiración y motivación. Pero Roma no es comparable. No, si decide no serlo.
Es la hora, sí. Ya esta bien de malograr tu propia imagen, de subestimarte. Roma no se construyó en un día y el mantenimiento de una ciudad, de un cuerpo y una mente; es complicado y requiere de un esfuerzo diario.
- ¿Tú estarás conmigo? ¿Incluso cuando las cosas no me salgan bien?
- Siempre estaré contigo. Aunque nos enfademos o no estemos de acuerdo, estaré aquí. Te aconsejaré conforme al alimento que quieras darme.
- ¿Helado?
- Joder, qué bien me conoces.
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ResponderEliminarVivimos tiempos extraños. Todo al alcance de la mano y siempre preguntándonos a dónde queremos ir, buscando el rumbo sin saber el destino.
ResponderEliminarAsumiendo los cambios que nos vienen, la mayoría forzados por las circunstancias; otros creemos que los elegimos nosotros.
Hay mucha nobleza en tu alter ego. Es dura contigo, porque eres independiente. ¿Quién lo va a ser si no? Si todos los que te queremos te bailamos el agua. Mano dura y cabeza bien alta. Es el precio a pagar por ser alma libre.
Estás como una cabra, pero, ¿y quién no? ¿Quién está más loco? ¿Los ermitaños o los que se asientan en los convencionalismos del éxito? ¿Mapear Córcega o hacer una oposición? Hay que drogarse más.
De Roma, ciudad que adoro como a una Manzana, me quedo con el barrio Trastévere. Ahí acababa mis jornadas de turismo, donde tuve la suerte de ser acogido en una preciosa casa en una de sus preciosas calles. El lugar perfecto para sentarte a descansar, desconectar, reír con los italianos, seguir aprendiendo de la cultura milenaria e infrangere la legge. Mientras Roma crece, cambia, sufre, se redescubre, se moderniza y madura, te espero en el Bar San Calisto con un limoncello bien frío para cuando quieras reposar fatigas. Te abrazaré fuerte, pero cuidado que pincho.
Palabra favorita: agibílibus
PD. Yo sí voy fumao.
(L)